
Caminar en consciencia plena
- On 25 febrero, 2016
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Es miércoles y me pongo a meditar en medio de la carretera de Sants durante veinte minutos. Rodeado de coches, ruidos, personas y caos. ¿Por qué meditar donde se camina? Reflexiono sobre esto los días previos. Soy un explorador de la ciudad e investigo sus misterios, contradicciones, tesoros, personajes e historias desde el caminar. Poco a poco, voy descubriendo la necesidad de desarrollar un tipo de atención más fina mientras camino para una mejor observación de mi entorno. Sino el caminar se vuelve un acto mecánico, de un punto a otro, donde mi cabeza y el intelecto toman el control. No estoy presente. Por eso medito, para intentar explorar la ciudad en un estado interior más calmado.
Explorando la ciudad desde una calma activa
Pero hacerlo en la calle, es una manera de explorarme en situación, de enfrentarme a ideas preconcebidas, a ciertos miedos internos. Es llevar a la práctica lo que voy aprendiendo en el camino. Es pasar a la acción desde la quietud y el silencio o dicho de otra manera es explorar la posibilidad de una calma activa.
La propuesta es simple, literalmente se trata de meditar en la calle y luego caminar. Me acompañan el fotógrafo Toni Payan y Marc Roca de Zen Dokan quien me ha asesorado durante todo el proceso. Con él he compartido varios retiros de meditación y ha sido un gran apoyo contar con su presencia y experiencia.
La experiencia de meditar en la calle, paso a paso
Rodeado de coches, ruidos, personas y caos, cierro los ojos y me entrego a la meditación. Estoy tenso. Me vienen pensamientos, uno detrás de otro relacionados al ridículo y la vergüenza. Los sonidos me agreden. No estoy cómodo. Desearía estar en otro lugar. Pero estoy aquí en medio de la Carretera de Sants, en Barcelona. Por un momento mis pensamientos me dejan en paz, identifico diferentes matices sonoros y percibo mi entorno desde otra perspectiva. De pronto alguien habla muy cerca de mí y otra vez pierdo la tranquilidad. Mi atención se desvanece, mi ruido interior me vuelve a invadir. Siento frío, me duelen un poco las rodillas, el tiempo no pasa, mi respiración es agitada. ¿Por qué hago esto? ¿Para llamar la atención? ¿Para sentirme importante? ¿Saldré bien en las fotos? Vaya locura de asociaciones mentales. El sol me calienta, poco a poco mi corazón se calma. Tomo consciencia de mi cuerpo. Es lo que me permite moverme. Es lo que me permite realizar esta experiencia. Es mi instrumento. Luego no hay nada. Sólo silencio. No hay dentro ni fuera. Vacío.
Camino, luego existo
Marc me toca el hombro, han transcurrido los veinte minutos. Abro los ojos, me paro y camino. Doy un paso lentamente, entra un pensamiento, doy otro paso, otro pensamiento me distrae, la gente me mira. Me invade nuevamente el ridículo, nadie va a entender lo que hago. ¿Alguien tiene que entender? ¿Dependo del reconocimiento de los otros para existir? Estoy solo en esta exploración interna en medio de la ciudad. Me siento frágil.
Sigo caminando, la ciudad me envuelve con su frenesí. Camino lentamente sin dirigirme a ninguna parte. Lo único que importa es el siguiente paso. Las miradas me atraviesan. No acelero. Camino, luego existo. Camino.
Vuelvo al punto de partida, me siento, tomo la libreta y escribo: Locura, fusión, matices, tiempo, separación, unión, caos, serenidad, ansiedad, vacío, fragilidad.
Esto es meditar sobre el caminar.
Agradecimientos y otras visiones sobre esta meditación
A Tony Payan por saber captar con su cámara el momento fugaz de verdad que aparece entre respiración y respiración, entre paso y paso. Me dice: “A veces estabas quieto, como parte del paisaje, integrado; no parecías un extraño. Pero luego parecías tan extraño, como el tiempo, que se tornaba relativo.
A Marc Roca de Zen Dokan, compañero de meditación en varios retiros. Asesor y consejero en todo el proceso. Me dice: “Fue un acto poético, pleno de apertura, entregaste tu intimidad y energía a la ciudad, como un regalo. Fue en algunos momentos impactante”.